Esta vez era diferente.
Los sonidos de aquellas terribles armas que tantas pesadillas le habían brindado, los gritos de sus compañeros muertos...
Todo era igual de horrible, pero había algo más.
Algo que nunca antes había percibido.
Y aquella extraña sensación siguió flotando a su alrededor incluso cuando se despertó, agitado, agotado por el recuerdo del horroroso sueño, respirando entrecortadamente e intentando tranquilizar su agitado corazón.
Aún persistió cuando, sentado sobre su cama, intentaba averiguar de donde provenía aquella especie de presentimiento extraño que le decía que nada en los próximas días sucedería como siempre.
Ni siquiera se esfumó cuando, sentado ante su portátil, intentaba escribir algo medianamente decente en aquel mísero blog, ni cuando la psicóloga le instaba una y otra vez a que escribiera en el blog para recuperarse de los daños que había sufrido durante la guerra.
¿Debería hablarle a la mujer sobre aquella extraña corazonada?
Decidió que no.
- El inspector Lestrade responderá a sus preguntas -dijo con voz segura la mujer morena que se sentaba al lado del mentado inspector, dando lugar a una inmensa avalancha de preguntas por parte de los periodistas
Al pobre hombre no le quedó más remedio que ocultar sus propios temores respecto al caso e intentar tranquilizar a los periodistas, pero los numerosos y molestos mensajes que no sólo le llegaban a él sino al resto de la concurrida sala no le facilitaban la tarea precisamente.
- Si recibís mensajes, ignoradlos, por favor -susurró en vano la mujer sentada a su lado-.
- Dice... Incorrecto -dijo uno de los periodistas-.
- Ya... Pues ignoradlos. Si no hay más preguntas para el inspector Lestrade, voy a dar por concluida esta sesión.
- Gracias -susurró Lestrade, levantándose con pesadez y huyendo de los medios-.
La sensación aún persistía, y la incomodidad aumentó cuando de repente, Watson se encontró con Standford, un antiguo compañero de estudios con demasiadas ganas de charlar.
Así pues, John Watson acabó sentado en un banco del parque, tomando café y hablando de compartir piso en Londres.
- ¿Quién iba a querer compartir piso conmigo?
- Eres la segunda persona que me dice eso hoy -susurró Standford con una risita-.
- ¿Quién fue la primera?
La forense abrió la bolsa donde estaba el cadáver, dejando ver el rostro de este y dejando que el detective pudiera observarlo detenidamente.
- - ¿Cuánto tiempo tiene? – preguntó él
- - Apenas tres días – contestó ella. – Nadie ha venido a por él todavía – dijo con un deje de tristeza
- - Perfecto. – musitó el otro, quitándose sus guantes de cuero y vislumbrando una ligera sonrisa. – creo que empezaremos con la fusta
Molly tragó saliva al ver aquella siniestra sonrisa.
- - ¿Tan raro es como dices? – preguntó John, todavía algo desconfiado
- - No te haces una idea – respondió su colega mientras abría la puerta del laboratorio. – Puede pasarse días enteros rondando por el laboratorio y la morgue de Scotland Yard, no se le conoce ningún amigo en particular y tiene una gran afición a los enigmas y misterios, todo un caso
- - ¿Y cómo dices que se llama?
John entró al laboratorio, cojeando y apoyándose en su ahora inseparable bastón, encontrándose casi de bruces con la figura de un hombre que estaba inclinado observando por un microscopio.
- - Puedo molestarte un momento? – dijo Standford. – te presento a mi colega, acaba de llegar a la ciudad y está buscando un piso donde vivir
El hombre levantó la mirada del visor y clavó sus azules ojos en John, que se removió inquieto ante aquel rápido examen visual al que estaba siendo sometido.
- - Estoy intentando descifrar la composición química de un compuesto con el que pueda hacer reaccionar un cierto tipo de hemoglobina, me gustaría terminar para esta noche
- - Verás, acaba de llegar después de mucho tiempo, y necesita reincorporarse de nuevo a la rutina londinense. - Como estabas buscando a alguien con quien compartir piso pensé que a lo mejor te podría interesar hablar con él
John permaneció quieto en el umbral de la puerta, en silencio. El hombre suspiró cansado y apartó de nuevo su vista del microscopio para volver a clavarla en él.
Su mirada le daba escalofríos.
- - Mi nombre es John Watson – se presentó
- - ¿Afganistán o Irak? – preguntó el otro
John no supo cómo reaccionar.
- - ¿D-disculpa?
- - He dicho – giró el cuerpo completo sobre la silla giratoria, quedando de frente a él. – Afganistán o Irak
- - ¿Cómo sabe… - balbuceó. – que he estado en la guerra?
- - Fácil – musitó. – Por como entraste en la habitación y tu pose pulcra, rígida y la expresión ruda, indica que has tenido una formación militar. La pose tensa de los hombros y las rodillas indica lo mismo a pesar de tu lesión. Aparentemente tu piel es morena pero al levantársete las mangas de la camisa tienes una visible línea que indica tu verdadero tono claro de piel, por tanto has estado recientemente en un país donde ha hecho mucho sol. También puedo diagnosticar que tu cojera es psicosomática ya que no apoyas totalmente el peso del cuerpo en el bastón al pararte, probablemente la verdadera herida fue hecha en otra parte del cuerpo como el hombro o la espalda sin tocar ningún punto vital.
John se quedó petrificado ante tal discurso, dejándolo vulnerable.
Standford soltó una leve risilla. El rubio le miró cuestionándole.
- - Te dije que era especial
Volvió a mirarle, con expresión aturdida.
- - ¿Cómo has sabido todo eso?
- - Simple observación – contestó. – y un poco de especulación propia, no pensaba haber acertado en tanto
- - Es… impresionante
El pitido de un móvil se dejó oír por la estancia, el hombre sacó uno de su bolsillo y leyó el mensaje que acababa de recibir. Rápidamente, como activado por un resorte, se levantó de un salto del taburete, cogió el largo abrigo que estaba colgado del perchero y se lo puso con un rápido movimiento pasando como una brisa por detrás de John.
- - Encantado de conocerte, John Watson. Creo que mañana mismo podremos mirar juntos el piso, ya que tengo uno en mente que podremos permitirnos
Se puso la bufanda azul marino alrededor del cuello, y ya estaba saliendo por la puerta raudamente.
- - ¡Espera! – le llamó John, haciéndole retroceder. – Pero si no sé la dirección no podré ir, ¡ni siquiera sé tu nombre!
- - El nombre es Sherlock Holmes – respondió – y la dirección es el 221B de la Calle Baker
Y dicho eso, se marchó cual aparición.
John se quedó sin palabras. No solo por aquella demostración de observación y agileza mental que había demostrado, sino también por la vitalidad que rebosaban sus movimientos y, porque negarlo, por aquellos clarísimos ojos azules que le habían dejado sin aliento esos pocos instantes que le miró directamente.
- - Te lo dije – dijo Standford con una gran sonrisa. – es todo un caso
Esbozó una ligera sonrisa al recordar su nombre, y la dirección.
- - Sí – musitó. – pareces ser todo un caso… Sherlock Holmes
Al día siguiente Watson llegó con puntualidad al 221B de Baker Street. Incluso se podría decir que llegó un poco antes, ya que no hizo sino llamar a la puerta cuando la voz jovial de su recién conocido compañero de piso le sorprendió a sus espaldas con un casual y decidido “hola”.
-Ah, señor Holmes...
-Sherlock, por favor –dijo él, estrechándole la mano con energía mientras la puerta del edificio se abría junto a ellos-.
-¡Sherlock! –susurró una mujer mayor desde el portal, abrazándole maternalmente-.
-Sra.Hudson –intervino él después del emotivo encuentro-, él es el Dr. John Watson.
-Encantada –susurró ella con una dulce voz-. Pase, por favor.
-Gracias –dijo el doctor, entrando en el apartamento tras Sherlock y la mujer, maldiciéndose en el instante en el que unas escaleras aparecieron ante sus ojos-.
A Watson no le gustaban las escaleras. Odiaba tener que bastonear como el viejo que no era escalón tras escalón, mientras el resto de la gente que conocía los subía sin esfuerzo. Le incomodaban terriblemente aquellas situaciones, y el gesto que hizo Sherlock involuntariamente al abrirle la puerta, aunque fuese con toda la buena intención del mundo, no le hizo cambiar de parecer precisamente.
Sin embargo, lo peor estaba aún por llegar.
Aquel hombre no le había abierto la puerta a un piso, sino a una especie de leonera donde las cosas más extrañas e inverosímiles compartían espacio con un gran número de papeles arrugados y fotografías con extrañas anotaciones.
Watson pudo distinguir entre aquel inmenso caos una afilada estaca de madera que estaba cuidadosamente colocada sobre el sofá, una Ouija de marfil que descansaba sobre la mesa de la cocina, varios crucifijos de diferentes materiales repartidos por todo el piso y una calavera que descansaba junto a un bote de cristal en el que un par de polillas revoloteaban silenciosamente.
-¿Qué...? ¿Qué demonios es todo esto...? –preguntó el doctor, casi sin reaccionar-.
Oh, lo siento, tendría que haber recogido un poco antes de que vinieras – dijo Sherlock, cogiendo un par de libros con la cubierta muy dura y gastada
- ¿Qué significa todo esto? – siguió preguntando John - ¿Qué son todas estas cosas?
Miró, horrorizado, cómo varios de los botes que estaban en la repisa de la chimenea estaban llenos de líquidos viscosos, dientes afilados, hierbas u ojos. También había disecadas varias cabezas de gallina y velas consumidas repartidas por todo el piso. Una estrella de David decoraba un tapete que estaba en el suelo.
- Bueno, quería mudarme cuanto antes, como comprenderás soy un hombre ocupado
- ¿A qué te dedicas exactamente, Sherlock? – preguntó por último el ex militar, a punto de perder los nervios
El otro le miró fijamente, sin casi parpadear.
- Me dedico a investigar fenómenos paranormales, soy detective exorcista. Único en el mundo, el trabajo lo creé yo
John no podía creer lo que oía.
- ¿Todo esto es acaso una broma?
- Oh, estás haciendo demasiadas preguntas. Creo que deberías descansar
El ojiazul se quitó con un hábil movimiento su gabardina, colgándola en el perchero junto con la bufanda, haciendo que John se sentara en el sillón de repente como si le hubieran tirado un yunque en los hombros.
- Dime que estás hablando en serio – dijo, entre dientes
- Claro que estoy hablando en serio, todo esto es mi material de trabajo – se cruzó de brazos – verás, John, los fenómenos paranormales no están al alcance del entendimiento de todo el mundo. Como comprenderás, solo unos pocos privilegiados somos capaces de verlos, comprenderlos, investigarlos e incluso controlarlos. Londres es la capital europea donde más fenómenos se dan, es como si una extraña fuerza los atrajera, y últimamente no han parado de manifestarse continuamente, así que el trabajo no me ha faltado…
John intuyó, de repente, que aquel extraño presentimiento que percibía en sus pesadillas sobre la guerra se estaba volviendo realidad de una forma que nunca pensó que se manifestaría.
- …digamos que me dedico muchísimo a las investigaciones sobrenaturales, de vez en cuando hago trabajos de exorcismo o de búsqueda. También ayudo en casos sin resolver que impliquen temas de mi especialidad…
- ¡Estás loco!
El detective soltó una mueca tras esa interrupción. Pero antes de que el ambiente se tensara más de lo debido y como por arte de magia, la señora Hudson apareció en el umbral de la puerta.
- ¿El piso es de tu gusto, querido? – preguntó con una sonrisa
- Es perfecto, muchas gracias por guardarlo tanto tiempo – respondió Sherlock
El doctor no comprendía por qué la casera no se horrorizaba ante los objetos que habían repartidos por el piso.
- Y en cuanto al alquiler…
- Oh querido Sherlock, no te preocupes por el dinero del alquiler – le interrumpió ella – ya bastante hiciste por ayudarme con aquel problemilla de mi marido
- ¿Estás segura?
- Déjamelo a mí – y, con una sonrisa, se dirigió a John. - ¿Es de su agrado, doctor?. Espero que sí, Sherlock es muy especial para elegir a sus compañeros de piso, ninguno ha durado con él más de quince días
- …¿más de quince días? – balbuceó John desde el sofá
- ¿Le apetece una taza de té?
- Sí… estaría bien
- ¡Enseguida se la preparo!, pero no se acostumbre. Soy su casera, no su criada
Y dicho eso, se dirigió a la cocina.
Sherlock miró hacia el ex militar, observando cómo jugueteaba nerviosamente con el mango de su bastón.
- Como ya oíste – decidió romper el hielo – no tendremos que preocuparnos por el alquiler del piso, creo que con tu pensión del ejército nos dará para vivir un par de meses hasta que consiga una buena paga por algún caso
- ¿Se puede saber qué hiciste para que nos deje vivir en un piso en el centro de Londres totalmente gratis?
- Bueno, totalmente gratis no, tendremos que pagar los pequeños gastos de agua y luz aparte de alguna…
- ¿Qué hiciste? – volvió a preguntar, seco
Sherlock suspiró.
- Hace unos años alguien de su gremio la acusó de magia negra, yo le serví de abogado, llevé pruebas y salió absuelta del caso
- ¿Qué?
Una pequeña y humeante taza de té apareció en sus narices.
- Querido, no creo que a tu nuevo amigo le importe mucho tus antiguos casos resueltos – dijo la señora Hudson, tendiéndole el té a John.
Este cogió la taza y se sirvió el azúcar, todavía tenía que digerir toda la información y un delicioso té le ayudaría en ello.
- Solamente charlábamos, al fin y al cabo, es mi nuevo ayudante
¿QUÉ?
John casi escupe el primer sorbo de té.
- Bueno, les dejaré solos entonces, todavía tienen que colocar sus cosas
- Hasta luego, señora Hudson
¿Y si todo lo que le estaba contando Sherlock era mentira?, ¿se iba a mudar con un chiflado?.
- ¿Y bien, John?
Sin embargo… ¿Qué pasaría si le estaba contando la verdad?, ¿se haría participe de su trabajo?. ¿Qué iba a hacer?
- ¿Y bien qué?
- ¿Qué me dices, te gustaría trabajar conmigo?
- Sinceramente, aún no te creo. Nunca he creído en fantasmas ni en los monstruos del armario o que se esconden debajo de la cama. Las historias de muertos vivientes me parecen repugnantes y tampoco creo en divinidades, supersticiones ni en la magia. – Paró un momento, pensando mejor sus palabras. Bebió un poco de té.- Te creeré, Sherlock, cuando puedas demostrarme que todo ese sermón de fantasmas y seres sobrenaturales es cierto
- ¿Y si logro demostrártelo trabajarías conmigo?
Eso último cogió a John desprevenido.
- Haré un trato contigo, John Watson. Si soy capaz de curarte de tu escepticismo, te convertirás en mi ayudante
El doctor tragó saliva.
- ¿Y cuando comenzaras con eso?
Sherlock le enseñó un mensaje de móvil que había recibido momentos antes de su llegada a Baker Street.
- Ahora mismo
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